Se trata de uno de los más intensos y pausados dramas psicológicos que se han rodado jamás. Sólo hay una pequeña introducción antes de centrarse en la relación entre los dos protagonistas, secuestrada y secuestrador. No obstante, esa pequeña introducción ya sirve para presentarnos al psicópata y para ir dejando al espectador pegado al asiento. A partir de ahí, Wyler nos ofrece un retrato escalofriante de un enfermo y de su víctima, y la relación forzada que se genera entre ambos. Deja que sean los actores los que lleven todo el peso de la trama, siendo ellos los responsables en buena medida del resultado. Aunque la pareja protagonista está magnífica, Terence Stamp sobresale con una impresionante actuación llena de pequeños gestos y transmitiendo una enorme frialdad (y lucha interna, a veces) con su rostro y, muy especialmente, con su mirada. Samantha Eggar también realiza una buena interpretación con un papel nada fácil, pero no tiene tanta amplitud de matices como su compañero.
Inquietante cinta, muy sencilla en medios pero de buena calidad.