Preminger dirige magistralmente esta obra basada en la novela homónima de Allen Drury y por la que ganó el Pulitzer en 1960. Sabe definir bien los personajes sin llevar al espectador a la confusión, consigue dosificar la trama para fijarnos a nuestro asiento (sabremos antes que nadie que el nominado oculta algo pero luego desvela lentamente los secretos de éste y otros personajes), administra sabiamente los ingeniosos discursos políticos para no caer en monólogos o verborreas aburridas, y nos ofrece unos planos y escenas maravillosas. Se basa en dos pilares: un magnífico guión y un grupo de excelentes actores. El guión es de Wendell Mayes, quien ya había trabajado con Preminger en la estupenda Anatomía de un asesinato, y adapta genialmente la novela para el celuloide. En cuanto al impresionante reparto, cuenta con Henry Fonda, Charles Laughton, Walter Pidgeon, Gene Tierney, Lew Ayres, Don Murray, Burgess Meredith, Franchot Tone, Peter Lawford... Todos están maravillosos, pero destacaría al hábil líder de la mayoría, Walter Pidgeon y a los protagonistas de la trama, Fonda (sólo con su presencia transmite la seriedad y honradez que se busca) y Laughton (en un papel cínico e ingenioso que le va como anillo al dedo).
Por todo ello no hay que perdérsela. La dos horas y cuarto que dura se nos pasarán volando.
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