Magnífica película de 1951 basada en hechos reales. Humphrey Bogart protagoniza este buen ejemplo de cine negro, ahora encarnando a un fiscal con perfil de detective. Una vez más está sobresaliente en su actuación (además fue el productor), haciendo de tipo duro pero sometido a la presión de trabajar contra reloj. El director real de la película es Raoul Walsh, aunque no aparezca en los títulos de crédito, pues Bretaigne Windust sólo se pudo encargar del trabajo de preparación pero no del rodaje. Bogart está rodeado de un extraordinario equipo de secundarios como Everett Sloane, Zero Mostel, etc.
Walsh dirige con gran maestría la película, dándole buen ritmo, desarrollando estupendos personajes, creando un malo malísimo que oculta hasta casi el final (ampliando ese halo de misterio a su alrededor y ensalzando la figura endiablada y no humana que van describiendo), y enganchando al espectador desde el principio con una investigación que está a punto de fracasar y tan sólo tienen unas horas para culminar. Especialmente brillante me parece el montaje, muy inteligente y que colabora en gran medida a despertar la intriga. Empieza en tiempo real para mostrarnos la situación desesperada y extrema en que se encuentra (y sugerirnos lo despiadado que es el malo), luego nos enseña la investigación realizada en modo flash-back y donde -poco a poco- todo va cobrando sentido, para acabar con la solución del caso en una situación de tensión. Muy entretenida y recomendable.
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