Eastwood vuelve a demostrar que se encuentra en una forma envidiable con 78 años, capaz de hacer el mejor cine del momento aunque sea con pocos medios y actores poco conocidos. Nos cuenta una historia que podía ser real, que refleja la situación y valores de la sociedad americana (al menos, de una parte), sin grandes pretensiones pero con un profundo calado moral. Y lo hace de una manera amena, con su parte dramática pero también con un lado cómico que nos hará reir con el viejo cascarrabias, y dejando el mensaje moral íntegro. Cuenta con un extraordinario guión de Nick Schenk que nos deja uno de los protagonistas más carismáticos que hemos visto y unos diálogos soberbios (el irreverente y malhumorado veterano recuerda un poco al inolvidable Henry Fonda en El estanque dorado). Tiene la virtud de combinar una historia dramática con toques de humor para amenizarla y sin perder una pizca del sentido moral que contiene. Eastwood está genial como director, pero como actor está inconmensurable, pues encarna a la perfección a este personaje gruñon pero de corazón honesto. Su interpretación es el alma de la película, sus gestos y, especialmente, las expresiones de su cara son magistrales. Una exhibición de talento y sensibilidad.
Imprescindible.
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